De nuestra presidenta. Cómo crear una comunidad de cuidado, aprendizaje y disfrute: Orientar desde la equidad, la inclusión y la receptividad

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Alex, de cuatro años, juega en el centro de bloques intentando crear una vía de tren. Hailey juega cerca de él y toma uno de los bloques de Alex. Alex grita, le arrebata el bloque a Hailey le pega. Hailey va corriendo a la maestra, la Sra. Kim, y llorando le dice: “Alex me pegó. ¡Es muy malo!” La Sra. Kim responde: “Alex, sin golpear. Usa las palabras.”
¿Con qué frecuencia vemos que los niños en los entornos educativos de la primera infancia pegan, muerden o usan palabras hirientes para comunicarse o expresarse? ¿Con qué frecuencia tenemos reacciones y respuestas inmediatas como la de la Sra. Kim?
Mientras reflexionamos sobre el tema de este número, acerca de lo que significa transformar nuestra comprensión de las conductas de los niños y cómo las abordamos, pensemos de qué manera estamos propiciando un entorno que favorezca la salud y el desarrollo socioemocional de los niños pequeños. Durante más de 20 años, una de las áreas de interés, enseñanza e investigación a las que me he dedicado son las maneras de crear entornos que respondan a las necesidades sociales, emocionales y culturales de los niños pequeños. Con demasiada frecuencia, reaccionamos a la conducta del niño en lugar de reflexionar durante la acción; es decir, hacer una pausa y pensar en ese momento sobre qué está comunicando la conducta. Observemos, por ejemplo, la situación del principio. ¿Qué nos está comunicando la conducta de Alex? ¿Está comunicando su frustración por haber sido interrumpido por una compañera mientras realizaba una actividad? ¿Está comunicando la necesidad de una enseñanza intencionada sobre el vocabulario que puede usar para expresar sus sentimientos? ¿Su conducta también comunica la necesidad de enseñarle a Hailey habilidades de interacción social y competencia emocional? Por último, ¿la conducta de Alex comunica su necesidad de sentirse incluido, valorado y respetado?
En mis columnas anteriores, animaba a reflexionar sobre tres preguntas: “¿Quién eres?”, “¿Por qué estás aquí?” y “¿Estás lista?.” Estas preguntas eran adecuadas ya que, en junio de 2024, comenzábamos nuestro recorrido conmigo como presidenta de la junta directiva de NAEYC. Estamos a punto de comenzar un nuevo año con nuevas oportunidades y desafíos que enfrentamos en el ámbito de la educación de la primera infancia. Por lo tanto, pido que nos tomemos un momento para reflexionar sobre una nueva pregunta fundamental: “¿Cómo podemos repensar nuestra labor de enseñanza, compromiso y experiencias con los niños pequeños?”
Cierren los ojos y visualicen su última conversación con un niño pequeño o acerca de él o ella.
Cuando me tomo un momento para reflexionar, recuerdo una conversación con las maestras de preescolar de mi hijo Isaiah, de 4 años. Cuando fui a buscarlo, las maestras expresaron su preocupación porque Isaiah no había querido entrar en el aula después de jugar afuera. Solo después de pedirle ayuda a su maestra principal, la Sra. Alice, él accedió a entrar en el aula. Como resultado, Isaiah no había recibido la sorpresa que las maestras habían traído para compartir entre los niños.
Después de escuchar esto, tuve dos respuestas: La primera fue la respuesta de madre.
Tonia: (arrodillada, de frente a Isaiah) ¿No entraste en el aula cuando las maestras te lo indicaron?
Isaiah asiente con la cabeza.
Tonia: Cuéntame por qué.
Isaiah: (con un gemido y el ceño fruncido) Estaba jugando y divirtiéndome con mis amigos. No quería entrar.
Tonia: El trabajo de tus maestras es cuidarte y permitir que los demás niños también salgan a jugar. ¿Crees que era seguro quedarse solo en el patio de juegos? ¿Activaste tus oídos para escuchar?
Isaiah niega con la cabeza.
Tonia: La próxima vez, no dejes de decirles a tus maestras cómo te sientes porque quizás haya otros juegos para disfrutar dentro del aula.
Quería centrarme en qué le había pasado a Isaiah y escuchar sus razones. También quería crear un momento de aprendizaje sobre la seguridad y el papel de sus maestras, y reconocer sus sentimientos.
Mi segunda respuesta fue la de maestra de la primera infancia. Les dije a las maestras: “A Isaiah le gusta mucho jugar afuera, y parece que no estaba listo para entrar. Cuéntenme un poco de la rutina de transición que usan para que los niños vuelvan al aula.”
Con las maestras, intenté sacar el foco del niño y centrarme en lo que estaba comunicando su conducta y en cómo podemos guiar la conducta de los niños pequeños de una manera inclusiva y receptiva. Luego me puse en contacto con la directora del centro para ofrecer mi apoyo profesional a las maestras, orientado a las respuestas y consecuencias de la conducta de los niños, el establecimiento de vínculos positivos con los niños, las estrategias para crear rutinas y entornos receptivos, y la enseñanza y enriquecimiento del desarrollo socioemocional de los niños. Pero el trabajo no termina allí: Ofreceré apoyos relacionados con la enseñanza culturalmente sensible y racialmente equitativa.
Traemos con nosotros múltiples identidades y maneras de ver y experimentar el mundo. Esta situación concreta activó enormemente mis identidades de madre de raza negra, educadora de la primera infancia e investigadora de la equidad racial. Como madre de raza negra y educadora de la primera infancia, he observado cómo los niños negros y morenos son etiquetados negativamente, rechazados y castigados por exhibir las mismas conductas que sus pares de raza blanca. Como investigadora de la equidad racial, conozco muy bien las investigaciones y trabajos académicos bien documentados sobre cómo los niños negros sufren desproporcionadamente las suspensiones y la expulsión en preescolar, y la derivación prematura a la educación especial. Por lo tanto, la capacitación profesional debe garantizar que los profesionales de la primera infancia cuenten con las competencias y conocimientos necesarios para brindar un entorno receptivo, equitativo y seguro para los niños negros y morenos que propicie su desarrollo socioemocional y su bienestar.
Parte de ser culturalmente sensible y racialmente equitativo consiste en reflexionar de manera constante sobre cómo interactuamos (o no) con cada niño en nuestros entornos cuando nos provocan ciertas conductas. ¿Cuáles son sus desencadenantes cuando los niños exhiben determinadas conductas? A su vez, ¿cómo podría diferir su respuesta a un niño en función de su género, raza, tamaño corporal, personalidad y lengua de origen? Cuando no nos tomamos el tiempo necesario para reflexionar de manera crítica sobre nuestros propios prejuicios y respuestas a los niños, incurrimos en prácticas y criterios disciplinarios que no son equitativos. Por lo tanto, es importante hacer una autorreflexión crítica: este es el primer paso hacia una interacción racialmente equitativa con los niños.
Desde ese lugar, podemos repensar un entorno educativo equitativo de la primera infancia en el que
- exploramos, interactuamos y enseñamos con los niños, no para ni hacia los niños;
- creamos, en conjunto, una comunidad de cuidado, aprendizaje y disfrute en la que todos los participantes (adultos, niños, familias, mascotas de la clase) sientan que pertenecen a ella;
- definimos de manera conjunta cómo nos relacionaremos entre nosotros de manera segura y responsable;
- enseñamos y demostramos intencionadamente habilidades sociales y emocionales;
- ofrecemos a los niños la libertad de ser creativos, curiosos, colaboradores y mostrar su yo auténtico;
- fomentamos el bienestar socioemocional, la positividad, el entusiasmo y una sensación general de motivación y participación.
Acompáñenme esta temporada a repensar y transformar la manera en que nos relacionamos con los niños y propiciamos su desarrollo socioemocional. Acompáñenme en la creación colectiva de una comunidad de cuidado, aprendizaje y disfrute para los niños y para nosotros mismos.
Photographs courtesy of Tonia R. Durden.
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Tonia R. Durden is president of the National Association for the Education of Young Children.
